Páginas

Aquí el polvo no cae.

(Descripción de una casa)

Tengo frío por ahora. La mañana está clara, y las cortinas abiertas dejan a este espacio iluminarse. Alrededor mío, por las orillas, algunos insectos hacen filas, casas o trampas entre la madera. Allá, en la esquina contraria al ventanal, reposa un hombre, cuyo nombre no he podido oír nunca. Parece estar triste, sentado sobre la silla y recostado sobre su escritorio tomándose la cabeza. Justo a su lado, una extraña y alta mesa tiene una estatuilla que señala hacia la ventana.

De hecho todo está como amontonado hacia esa única ventana. Arrimada a ella está la cama, desordenada como siempre. En su cabecera, hay un pequeño radio reloj despertador, que emite las únicas palabras y notas musicales que se oyen por este apartamento. Por ahí tirados, muchos papeles arrugados, que caen en cualquier lugar producto de la aparente desesperación de este hombre. En el centro del cuarto, por el piso, hay ropa, colillas de cigarro y charcos de café secos. En la esquina opuesta al escritorio, la puerta de salida, y a su lado un gran armario repleto de ropa en gran parte sucia.

Hay dos recintos más que nunca he podido ver completamente, tan sólo hasta lo que las puertas me lo permiten. Sus dos puertas están juntas y se extienden hacia el lado opuesto a la ventana. En una, apenas se alcanza a ver un sanitario con su tapa abierta, y del otro lado un tostador de pan algo herrumbrado, junto a una cafetera y un estante blanco.

Cayó la tarde y por tanto debí haber comenzado a funcionar. Pero pasaron sólo unos segundos intentando y no lo logré. Entonces el hombre, sin quitar su rostro de frustración, me tomó por el cuello y, girándome, me mostró uno de los recintos por primera vez. No sólo había un tostador, una cafetera y un estante blanco; había un refrigerador alto y blanco, una pequeña cocina conectada a un tanque de gas, platos, vasos y una serie de utensilios… todo justo como lo había visto antes, con la diferencia de que estos estaban todos sucios y algunos animalillos pequeños se movían de tanto en tanto por ahí.

Pero esa observación no duró mucho. El hombre, bastante obstinado, me lanzó a un lugar oscuro, donde no he podido ver mucho más hasta ahora. De seguro lo enojé yo… es que tenemos una vida corta.

Simón Avilés A80728

No hay comentarios:

Publicar un comentario