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1000, Calle Capote

(Narración de Color: Rojo)

Diablo manejaba su taxi sin poner demasiada atención a la carretera. El episodio más extraño de su vida acababa de terminar y aún tenía los nervios alterados. En su turbación, había ignorado las llamadas de varios clientes potenciales y estuvo a punto de subirse a la acera y terminar estrellado contra una señal de alto.

Decidió estacionar el vehículo e tratar de calmarse. Se observó en el retrovisor. Allí vio su enorme cabeza colorada, muy parecida a una manzana de las cosechadas en Norteamérica. Siempre recordaba cuánto le molestaban por aquello en su infancia y sonreía. Sin embargo, esta vez no lo hizo. Aquella horrorosa imagen no se borraba de su mente. En su garganta y su pecho tenía una sensación igual que si le hubieran hecho tragar kilos de hielo.

Un par de horas atrás atendió una llamada de la central telefónica para recoger a una cliente en el 1000 de la calle Capote. Estacionó en frente, bajo la lluvia. No parecía haber alguien esperando por él. Tomó de nuevo el radio, para comunicarse con la central y confirmar el lugar de la llamada. En ese momento, la puerta del local, que daba a su vestíbulo, se entreabrió. Apareció una silueta femenina, alta y refinada, que era perseguida por otra, masculina. El claroscuro de la noche apenas dejaba ver algo del rostro de la mujer, en el cual resaltaba una gruesa capa de lápiz labial recubriendo su carnosa boca. Ella intentaba ignorar al hombre, que iba pisando sus talones con pasos pequeños y presurosos.

Diablo tocó la bocina dos veces pero fue ignorado. Se dispuso entonces a disfrutar del espectáculo. Tenía un sexto sentido para los pleitos callejeros y esto le había servido para declarar un par de veces en el periódico La Esquina y ganar algo de popularidad entre sus colegas. Además, había transportado personas de todas las nacionalidades durante sus más de veinte años de taxear en la zona del aeropuerto. Aunque no conocía más que unas pocas palabras en varios idiomas, podía reconocer muchos por la pronunciación. Sin embargo, jamás había escuchado nada semejante a la violenta lengua en la que discutía aquella pareja; los ademanes tampoco parecían comunes.

Después de elevarse aún más el tono de aquel conflicto, el hombre finalmente la alcanzó y la tomó por el brazo con su mano, en la que lucía una enorme sortija de oro. Ella intentó soltarse, pero él se lo impidió, ella lo intentó de nuevo y recibió una potente bofetada. Ella entonces gritó dos palabras y las repitió rápidamente varias veces. Aunque Diablo seguía sin entender, sintió que nunca había escuchado tanto odio en una voz humana.

El tipo se estremeció, la miró al rostro con gesto suplicante. Permanecía inmóvil. Una pequeña llamarada apareció en la punta de su zapato izquierdo, un fuego normal no hubiera sobrevivido al aguacero, pero este se mantuvo sin oscilar siquiera. La mujer escupió una considerable cantidad de sangre en el rostro del sujeto y se liberó de su agarre. Él intentó hablar, pero antes de que pudiera pronunciar la primera palabra el fuego subió por su pierna, lo envolvió por completo y entro por su boca abierta. En menos de un minuto el cuerpo quedó convertido en una pila de cenizas humeantes.

La mujer se agachó y hurgó entre los restos. Se levantó y se arregló sus ropas ligeramente. Se le observó una expresión de triunfo más que de tranquilidad. Era un poner de cereza sobre el pastel para ella. En cuanto al taxista, de pronto sintió un golpe en la nuca y perdió el conocimiento. Al despertar ya no llovía. Estuvo a punto de pensar que acababa de ser víctima de una muy extraña pesadilla. Pero un fuerte aroma a fresa flotaba en el aire encerrado. Al inclinarse para bajar el vidrio del copiloto, pues el del conductor no funcionaba, vio a través del cristal en dirección a donde habían estado discutiendo los dos desconocidos. En la acera, justo en el medio de una enorme mancha negra y parcialmente cubierto por un desagradable lodo del mismo color, relucía pálidamente aquel anillo dorado.

Simón Avilés A80728
Gabriel Castro A91508

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