Páginas

El llanero Solitico

(texto descriptivo)

El autobús no ha recorrido ni dos cuadras cuando el trance monótono del viaje se ve interrumpido por un hombrecillo bastante mayor que se pone en pie con alguna dificultad. Permanece erguido frente al resto de los pasajeros. Mantiene el equilibrio mientras los bamboleos irregulares del vehículo amenazan con derribarlo. Conserva la parte derecha de su cuerpo entre el cojín del asiento que recién abandona y el respaldo del próximo. Mira la ciudad deslizarse a través del ventanal. Parece murmurar algo.
Sobre su cabeza un gorro de lana negra, sobre este, un sombrero del mismo color ostenta una cinta de papel emplasticado en la que luce una representación grafica del más clásico estereotipo de un mafioso italiano. El matón de celulosa y tinta empuña su arma en dirección a un nombre necesariamente obvio: Al Capone.
Nada en la cara del anciano resulta excepcional: cejas pobladas y grises, piel morena, arrugada, marcada por años de sol. La nariz sostiene el peso de unos gruesos lentes tras los cuales los ojos aparecen distorsionados. La boca balbuciente descubre la ausencia de bastantes piezas dentales. Sin embargo, hay algo de solemne en su expresión.
Viste camisa blanca, saco y pantalón de color azabache sin detalles dignos de mencionar. Una tira verde sobre sus hombros sostiene una enorme tumbadora.
_ ¡Qué tamborsote!, le dice un niño a su madre quien a su vez lo ignora y continua hablando por el teléfono celular.
Hay algo en los zapatos del viejo, de un blanco imposible aportan una delicadeza que redefine por completo su aspecto. Parece una planta florecida por la raíz o una nube que lloviera desde la tierra hacia el cielo. A partir de sus pies se transfigura gradualmente, su rostro se anima, ahora es una iglesia en ruinas que sorprende con la magnífica nitidez de sus campanadas.
_ ¡Bienvenidos al arte!, grita con gesticulación exagerada.

Gabriel Castro
A91508

No hay comentarios:

Publicar un comentario